Si Esopo y Fedro vivieran, las observaciones sobre los hechos que suceden diariamente en el mundo social, político y burocrático no cupieran en los libros de fábulas. La fábula es una composición literaria muy antigua que ha venido perdiendo autores sin que nadie sepa por qué la dejadez; cuando en verdad representa una manera de expresar las cosas que acontecen con otro lente, poniendo un picante necesario para que el lector disfrute de la realidad del comportamiento humano.
Ciertos historiadores creen que su raíz, que es el apólogo originario del Oriente, ya existía antes de que el griego Esopo apareciera y se hiciera famoso dentro de este estilo; pero sobre todas las cosas es él, el padre de esta figura lingüística. La fábula, unas veces hace reír como en otras impresiona por la ironía que brota, pero sin embargo, deja entre nosotros muchas instrucciones que el ser humano de otra manera no podría comprender.
La fábula puede tener enseñanzas o no, cuando educa se denomina apólogo y cuando no milesia. Tiene un fin moral por excelencia y se dice que se propone “enseñar a los hombres la verdad y la virtud, y alejarlos del vicio y el error”. Sirve para retratarnos como somos, con nuestras miserias y grandezas, de tal manera que refleja la cruel realidad humana. Siguiendo el orden cronológico, el romano Fedro fue propagador de las fábulas de Esopo, y Séneca lo reconoce cuando afirma que “ningún genio ha acometido la empresa de imitar las fábulas esópicas”, lo cual corrobora la orientación que recibió Fedro de Esopo para difundir la obra literaria del griego. Siguiendo la historia, después de estos dos legendarios, se encuentran entre otros escritores con el mismo estilo, los siguientes: Jean de la Fontaine, Gottlieb E. Lessing, John Gay, Tomás de Iriarte, y el colombiano Rafael Pombo, los cuales finalmente engrandecen esta manera literaria.
Lo singular de la fábula, es contar con la inspiración en seres vivientes irracionales, animales y vegetales, que hablan como racionales, mediante sus apetitos, deseos, defectos, costumbres y demás estilos de vida, relacionados con la conducta del hombre. De esa manera, se personifican casi todos los animales para componer la obra literaria y agradar al lector que abraza el estilo sin ningún rechazo porque deleita y hasta hace reír al más desprevenido leyente. No faltan, la zorra con su sagacidad, el lobo como malvado, la paloma con su inocencia, el perro como fiel, la oveja mansa, la mariposa noble, la rana charlatana, la liebre previsora, etcétera.
Para los ganaderos, como anillo al dedo le viene a cuento una fábula de Esopo, que es preventiva, para que se cuiden de sus criadas (las vacas) porque se pueden revelar, y se titula El Congreso de las Vacas; el estribillo es como sigue:
“Las Vacas convocaron un congreso bovino para tratar de asuntos urgentes del servicio público. Una Vaca tomó la palabra y dijo:
—Ya sabéis, amigas mías, que nosotros no tenemos más enemigos que el carnicero. He pensado, pues, que siendo fuertes, como lo somos, hagamos alianza común y acabemos con esos hombres que nos destruyen.
Grandes aplausos resonaron en la estancia; pero una Vaca sesuda, pidió la palabra y habló así:
—La cuestión para mí, señoras, es saber si los hombres van a dejar de comer carne. Si no dejan de hacerlo, como presumo, aunque matemos a los carniceros que nos degüellan bien, caeremos en manos de otros que quizá nos harán pasar fiera agonía.
Las palabras de esa Vaca produjeron gran impresión en el auditorio, y se decidió perseguir el uso de la carne, pero no meterse con los pobres carniceros”.
Y Rubén Darío nos dice: La fábula se encarna en la tradición; la tradición se alimenta y vive con la sangre misma del pueblo”