Termina el año y todo sigue igual. Tanto la administración del municipio de Montería como la del departamento de Córdoba concluyen el período en estado de bancarrota fiscal y sin horizonte claro sobre el futuro. Del tesoro municipal, se puede decir que las tutelas y embargos lo devoraron; los monterianos observamos con asombro la desaparición —como aves para nunca más volver— de $8.127 millones que estaban destinados a obras y a pago de sueldos de empleados y de mesadas pensionales. Y como en novela, en suspenso: se enredaron los susodichos $8.127 millones.
Por su parte, el Departamento padece cáncer, no sale de la agonía a pesar de haber sido sometido a cirugía recientemente, operación que tuvo un alto costo, tragó cantidad de dinero y un doloroso sacrificio social, y como balance: nada.
En ambos entes territoriales reina el desorden administrativo que se vuelve un problema moral. Los dos casos son mal paradigma para el resto de administradores públicos del orden departamental, y cabe la pregunta: ¿qué podría exigírseles a los otros municipios que son sus hijos, si están recibiendo el mal ejemplo de sus padres? Entonces, el futuro es más que incierto, porque no hay decisión política para arreglar el desorden en lo administrativo, fiscal y operativo, o sea que el 2003 comienza mal; y si hay prórroga de períodos, el ambiente se pone difícil ya que el enfoque de gestión no cambiará de la noche a la mañana porque los directores de orquesta son los mismos.
El escenario que hoy se observa a leguas y el que capta el ciudadano común es de incertidumbre. Lo que sí se escucha a diario son los anuncios de la autoridad (si se le puede llamar a eso autoridad) de proyectos, pero lo peor, presentados a puro trancazo y como parte de la trama clientelista, sin el menor escrúpulo y respeto por el auditorio.
En el caso de Montería, se sabe de antemano que la ciudad está atascada no solo por privación de un plan de ordenamiento territorial, pues mientras no se defina una apelación del aprobado por el Concejo Municipal en el 2000 el asunto no es como lo pintan, sino también por la falta de desempeño en materia de política fiscal, así de claro y sin pentagrama, lo demás es cuestión de leguleyos. En este campo ha faltado seriedad y no se ha dicho toda la verdad por el jefe de la administración, que esconde las cosas como si los monterianos fuéramos analfabetos.
El manejo del municipio de Montería, peor que en el pasado, ha sido errático y como consecuencia de la administración enclenque se instaló en su seno el desgobierno y el desgreño, o sea que se repiten los mismos errores de los antecesores. Por eso no se proyecta nada acerca de una gestión sana que es la que merece la ciudad, como finanzas consolidadas, desarrollo urbano armónico y equilibrado, aseo público, calles y andenes transitables, espacio público, tráfico vehicular y peatonal organizado, proyectos específicos concretos, empleados y pensionados felices, administración eficiente, etcétera.
El problema es sencillo: en tanto no se logre la estabilidad financiera del municipio capital y del ente departamental, estos dos órganos encargados de liderar el progreso desde lo público, en vez de ser facilitadores del desarrollo son obstáculos para lograr cualquier cosa, y manzanas podridas en el contexto oficial. Si bien, en este momento otra vez se ha iniciado el debate sobre el nuevo ordenamiento territorial del país, el caso de nuestro departamento que tiene una historia negra en materia de desaciertos, no sería ejemplo para defender la existencia de esta división territorial y su permanencia no cabe en la vida de la Nación.
El mal gobierno es fruto de gobernantes sordos, ciegos y sin olfato. Y el escritor español León Mansilla añade: “Con más facilidad confiesa el hombre sus defectos que su ignorancia”