LAS COOPERATIVAS NO SON TAN MALAS

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Las cooperativas no son tan malas como las pintan. Lo malvado, es el aprovechamiento torcido por parte de mercaderes que utilizan las bondades de la regulación existente aplicable a la asociación cooperativa para fines de enriquecimiento. Pero al fin y al cabo, en países como Colombia, el régimen de organización productiva sobre la base de cooperativa existe y en algunos casos sectoriales es modelo empresarial. No obstante, en la legislación nacional quedan todavía lunares que desvían el objetivo del cooperativismo.

A pesar de que el gobierno nacional introdujo unas modificaciones a los reglamentos de la Ley 80 de 1993, que tocan privilegios que tenían las mal llamadas “administraciones públicas cooperativas” y que  proliferaron como “conejos”, los vicios en que se apoyaron para contratar con el Estado todavía pestañean; pero lo más grave del asunto es lo siguiente: el Decreto 1482 de 1989 que fue la norma que dio origen al embeleco dentro del sistema cooperativo está vivo y coleando, como quien dice listo para acomodarse a los últimos cambios del régimen contractual, pues prontamente vamos a ver a esas cooperativas erguidas como un fantasma que seguirá arrastrando ávidamente el tesoro público.

Mediante el sistema cooperativo se han perpetrado muchas irregularidades en el país. En una palabra, están a la vista los descalabros acontecidos en las cooperativas financieras que dejaron echando chispas a millares de ahorradores y también la duda que salta sobre aquellas que se dedican a la construcción de obras públicas. Las primeras, se fueron al traste y desaparecieron, y las segundas, que todavía están funcionando, han devorado muchos recursos públicos a costa de hacer negocios con los distintos ámbitos de gobierno, resultando ser muy rentable la actividad que ejecutan por el  hecho de tener relación directa con el Estado que no tiene defensor a la vista como tampoco doliente. ¡Así de sencillo!

La historia nos recuerda que los creadores del cooperativismo, entre los que se cuentan el inglés Robert Owen con sus “aldeas cooperativas” y el francés Charles Fourier con los “falansterios”, –miembros de la corriente del pensamiento económico denominada Socialismo Utópico– no salieron tan contentos de la fórmula que pusieron en práctica al final del siglo XIX. Empero, el sistema cooperativo ha funcionado desde su creación, siendo ºpioneros en esa organización del trabajo: Inglaterra en materia de comercialización y crédito y Francia en el frente de producción. Sin embargo, no fue la solución total de los problemas sociales que afrontaban los trabajadores en la época en que Owen y Fourier lo fundaron y promovieron.

Se entiende que el cooperativismo nunca ha sido un sistema político, es una forma de asociación, la cual se irrigó por el mundo como semilla para unir esfuerzos humanos, siendo incluida en las respectivas legislaciones de la mayoría de los países del mundo. Está inspirada en principios específicos, como una manera de conformar empresas, mediante la organización del trabajo individual de personas que cuentan con pocos recursos para generar bienes o servicios, siendo a su vez los cooperados dueños y administradores del negocio, cuyo objetivo fundamental es el beneficio de los asociados que lo componen, destinando una parte de las ganancias al mejoramiento social de sus miembros y un excedente a la distribución entre sus asociados de acuerdo con sus aportes.

Aunque existe una reglamentación sobre cooperativas consagrada en la Ley 454 de 1998, el sistema cooperativo colombiano debe ser sometido a un proceso de reingeniería, dentro del cual está la necesidad de contar con un control eficaz por parte del Estado y de los mismos ciudadanos; por lo que pasa, se deduce que tanto el Departamento Administrativo Nacional de Economía Solidaria como la Superintendencia respectiva han sido tolerantes y saben poco de los recovecos financieros de ciertas cooperativas. ¿Estarán enterados los titulares de estos dos entes públicos?

“El dinero es el nervio de la guerra” afirmó Nicolás Maquiavelo y hoy le agregaríamos…….: y de la intolerancia.

Por Edgar Vergara Figueredo

EDGAR VERGARA FIGUEREDO

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