Un peso que se pierda de los impuestos municipales incide negativamente en la economía local. Se sabe que de los mil y tantos municipios que hay en Colombia, un gran número se encuentra en difícil situación financiera. De los que conforman el departamento de Córdoba, la mayoría andan muy mal, empezando por la capital Montería, excepto 2 o 3 que están apenas en equilibrio. Pero sin excepción, todos gastan los impuestos en atender el funcionamiento administrativo, con poco impacto en la economía local. Hay déficits en las cuentas públicas, como resultado de la insuficiencia de las rentas ordinarias frente a los gastos. Y surge el problema, pues nunca hay plata para pagar los sueldos a los empleados y demás prestaciones.
El déficit, expresión de la falta de dinero efectivo para pagar los gastos del gobierno, es un problema que tiene remedio tanto en lo nacional como en lo territorial. En tanto que el gobierno nacional cuenta con instrumentos de política fiscal para equilibrar las finanzas, entre otros, el crédito público o nuevos impuestos, los municipios tienen limitaciones legales que no les permite hacer lo mismo, quedándoles dos caminos: mejorar el rendimiento de los actuales impuestos, o recortar las apropiaciones para gastos.
La principal renta de los municipios menores de 80.000 habitantes es el impuesto predial, el cual se cobra a los propietarios de bienes inmuebles. Pero, surgen inconvenientes que impiden que el total de la recaudación llegue al tesoro, uno de ellos es la debilidad de la administración tributaria. Desde el punto de vista fiscal, el producto de este tributo con las actuales tarifas asegura que el rendimiento alcanza para el sostenimiento del aparato burocrático; sin embargo, en la práctica no lo es. Sobre todo, cuando en este tiro y afloje, los controles institucionales no operan, ya que actúan más para proteger los intereses de controlados y controladores que otra cosa. ¡Hay desorden!
Finalmente, el origen del déficit es el mismo en cualquier municipio. Es un monstruo, fruto del matrimonio de la mala administración con la politiquería, sin más titubeos. A esta madre y padre se debe el fenómeno, pero para mal se consiente como un hijo bobo. Al fin de cuentas es la obra de dos demonios que contrajeron matrimonio indisoluble y desmantelan el tesoro.
El cuadro del déficit crónico apostado en nuestros municipios no ha traído ningún beneficio para la economía de la región; ha colocado al Estado Local en una situación de parásito frente a los otros sectores de la actividad productiva, porque el dinero que entra por los dos tributos principales, los impuestos predial y de industria y comercio, no están contribuyendo a impulsar la economía al no ser orientados hacia la inversión en obras. Este beneficio no ha sido aprovechado y por lo tanto no ha servido de acelerador para dirigir la corriente dineraria que viene del contribuyente al tesoro. Sin duda, la falta de cultura impositiva y otras complicidades de los administradores ha conducido a desconocer la importancia del tributo como generador de riqueza.
El diagnóstico señala como origen principal de los déficits, la falta de una responsable programación del presupuesto anual por parte de los gobiernos municipales y la ausencia de estudio serio en el período de aprobación por los Concejos; la nota común es la sobrestimación del valor de las rentas inflando el monto de los gastos. Como segundo error, se propicia que la ejecución presupuestal siga la misma ruta: gastando más y más sin tener en cuenta el rendimiento de las rentas al cual debe subordinarse la ordenación del gasto; sobretodo cuando se sabe que en materia de presupuestos públicos, mientras el valor de las rentas apenas es un cálculo los gastos son autorizaciones que indican hasta donde se puede comprometer.
Mientras las cosas continúen tal como están, el equilibrio en las cuentas públicas municipales está muy lejos. Ojalá tenga buena suerte el proyecto de ley que sobre ingresos territoriales se tramita en el Congreso de la República y no sea sepultado en medio del ajetreo de la actual legislatura.
“Donde hay capitán no manda marinero”, dice el refrán; pero en este tema, no hay capitán, solo marineros navegando a la deriva.